Por Nino Ramella
No por inminente la noticia de la muerte de Roberto Cova deja de sacudirnos. Alguna vez escribí que era el más marplatense de todos. Sigo pensándolo.
Era arquitecto pero no fue construyendo que se convirtió en un referente excluyente de la historia de la arquitectura en nuestra ciudad -en la que nació hace 91 años-, sino precisamente por investigarla, difundirla y combatir su destrucción.
Acaso sonaba trillado decir que Roberto era un documento vivo o una biblioteca y qué haríamos cuando su voz se callara. Pues llegó ese momento y nos embarga un sentimiento de pérdida y tristeza tal vez comparable con la misma certeza de irrecuperable que él sentía en cada oportunidad en que demolían -y siguen demoliendo- nuestro patrimonio.
Investigaba rigurosamente, pero lo que lo distinguía del resto de los mortales era su implicación afectiva con su materia de estudio. Si hablaba del estuco símil mármol del Club Mar del Plata (del que atesoraba una bola que le regalaron los artesanos), se emocionaba. Si contaba cómo en la casa de los Blaquier ahí en la calle Alvear al terminar el verano envolvían los picaportes de todas las puertas con papel madera para evitar que se estropearan en el invierno…se emocionaba.
“Ramella (siempre me llamó por mi apellido y nunca me tuteó)…no sea malo…no me cargue… yo soy así, llorón”.
¿Sería verdad que se acordaba que cuando tenía dos años, en 1932, vio a un obrero clavar una pala en el suelo para construir las primeras cloacas? ¿Sería verdad que de esa misma edad recordaba el olor de las algas cuando lo sacaban a caminar por la playa? No lo creería de nadie, pero sí de Cova.
Roberto mire esta foto. ¿Ubica esta casa? “Claro…es la de fulano. Y esa fotografía es de 1924, porque la de la izquierda se construyó a principios de ese año y el terreno del otro lado está todavía baldío porque la casa se construyó a fines de 1924”. Todo eso tenía en su cabeza.
Esas y decenas de consultas parecidas le llegaban cotidianamente a su casa de la calle 14 de Julio, esa misma que hace cuatro años tuvo la generosidad de testar a favor del Colegio de Arquitectos, Distrito IX, para que allí funcione una Casa Museo. No hará falta conformar su acervo. El material reunido por Cova durante tantos años constituye un archivo sin igual.
Y podremos seguir yendo a esa misma dirección a hurgar en la historia los periodistas fastidiosos, los funcionarios, los estudiantes…y no solo los universitarios. “Lo mejor que hice en mi vida fue ser docente en el Colegio Industrial durante 25 años” me dijo cierta vez y acotó “hoy me hacen muy feliz quienes vienen a consultarme por algún dato. Me sacan de la rutina”.
Recibido de arquitecto en Buenos Aires este marplatense, sobrino del artista plástico más renombrado del pueblo ya que Juan Carlos Castagnino era hermano de su madre, utilizó sus múltiples viajes por el mundo para para ver in situ lo que había estudiado en los tres años de Historia de la Arquitectura que tuvo en la Facultad.
Inquieto desde joven por preservar nuestro patrimonio comenzó a dibujar las casas en riesgo de ser demolidas. Lo hizo constantemente hasta que alguien le sugirió que se ahorrara el trabajo de dibujar y tomara fotografías. Y así lo hizo.
Hombre con el sí fácil
Nunca dijo que no a lo que se le propusiere en el marco de sus pasiones. Una vez habíamos quedado en bajar al arroyo entubado, ahí en Salta y Falucho. Teníamos que descender a las entrañas de ese mundo oscuro y fantasmal por una estrecha alcantarilla. La aventura la haríamos por la mañana. La noche anterior suena el teléfono en mi casa. Era Susana Berg, la adorable e inolvidable esposa de Roberto.
“Mirá Nino. Me han llegado rumores de que piensan bajar con Roberto al arroyo entubado. Espero que no sea cierto. Está mal de las piernas. ¡No pueden hacer eso! Sabelo… si llegan a hacer esa locura no te hablo más por el resto de mis días”.
Esas palabras resonaban en mi cabeza cuando al día siguiente con Graciela Di Iorio (que permaneció junto a Cova asistiéndolo hasta sus últimas horas) ayudábamos a Roberto a descender por esa escalerilla gato una vez pasada la estrecha alcantarilla. Ese oscuro mundo subterráneo con el rumor del agua corriendo y un abra que era el tajamar del Molino Luro era el escenario que Roberto disfrutaba como un chico. Nunca le vi otra vez tal cara de felicidad. Susana no cumplió su condena, por suerte.
Historias públicas y no tanto
Pero no fue solo un investigador de la arquitectura. Sabía detalles de toda la historia marplatense… de sus vecinos y de sus visitantes. Su anecdotario publicable y el que mantuvo en discreción pero que a veces compartía con íntimos es sencillamente asombroso. Habría que publicar estos últimos. Serían bestseller.
Una vez le pregunté en una reunión si era cierto que Le Corbusier había visitado en algún momento Mar del Plata tal como me lo había dicho en una entrevista Jorge Romero Brest. En la historia oficial de esta ciudad esa visita no figura.
—Venga… (me dijo apartándome del resto de la gente). Yo he leído una carta de Le Corbusier que hace referencia a la casa moderna de Victoria (se refería a Victoria Ocampo y su casa de Pellegrini y Alberti, hoy hotel “Realidad”) de una manera que pareciera que la conoció personalmente.
– Pero si vino eso nunca se supo.
– Bueno…usted sabe…cómo decir…que Victorita era una chica…un poco transgresora ¿sabe?…es probable que hayan venido juntos de manera discreta…usted me entiende…
Así era Roberto… curioso, agudo y generoso compartiendo lo que sabía. Me contó historias de mi propia familia que yo no había escuchado.
En tiempos de la banalidad reinante, donde los personajes más berretas satisfacen las apetencias de una multitud dispuesta a espiar bajo las sábanas de quienes adquieren fama por diez minutos, Mar del Plata ha tenido la dicha de contar con el talento y generosidad de alguien cuyo genuino prestigio se alimenta nada más ni nada menos que de haber contribuido a mejorar la calidad de vida de su población.
Falta eso sí, que para honrar su memoria esta ciudad haga algo, “alguito” aunque sea, para preservar un patrimonio que desveló a Roberto Cova y que defendió hasta su último aliento.